Participó este jueves de una mesa que reflexionó sobre la poesía y la diversidad cultural, en el marco del Congreso de la Lengua. Estuvo junto al poeta y secretario de la Academia Argentina de Letras, Rafael Oteriño.
Varias veces interrumpido por aplausos y en un teatro Libertador General San Martín de la ciudad de Córdoba colmado por un público mayoritarimente femenino, el cantautor Joaquín Sabina leyó este jueves textos personales, recitó letras de viejas y conocidas canciones, defendió a la rima y volvió a poner en escena el valor de la poesía como arma para sublimar la existencia.
Sucedió en el VIII Congreso de la Lengua Española, que se realiza en la ciudad de Córdoba. Sabina participó en una mesa cuyo tema fue la poesía y la diversidad cultural. En ella, estuvo acompañado por el poeta, ensayista y secretario de la Academia Argentina de Letras Rafael Felipe Oteriño, quien reside en Mar del Plata, y por la joven escritora española Elvira Sastre. Además, compartieron el mitín Carlos Schilling (de Córdoba), Guillermo Saavedra (de Buenos Aires) y José Mármol (de República Dominicana).
Foto Gentileza La voz del Interior
Sastre, representante de la generación nativa de internet, celebró la presencia de las nuevas tecnologías como vehículo de comunicación. Y se mostró afín con la causa feminista. “Un mundo sin mujeres no es más que un mundo vacío y a oscuras y nosotras estamos aquí para despertar y encender la mecha”, dijo la joven escritora al final de su participación.
Por su parte, Sabina asumió estar lejos de la teoría y con su voz ronca y su impronta rebelde dijo: “No estoy dotado ni para la teoría ni la erudición aunque, con el auge de los pequeños nacionalismos que por desgracia sufrimos en el mundo, yo me considero de una patria más grande que es mi lengua, la española”.
Y se mostró sorprendido cuando celebró la presencia de tantos y tantas escuchas: “Creo que es un milagro que ustedes se hayan reunido para oír poesía, que son palabras llenas de magia… las mismas palabras que sirven para pelearse con alguien en un bar sirven para darles una gotita de magia”.
Siempre proclive a la autorreferencialidad, Sabina repasó sus orígenes en la escritura, a través de la figura de “un cuaderno a rayas” en el que guardó sus primeras peleas con el mundo. Sin embargo, el momento más festejado ocurrió cuando vinculó cuerpo, poesía y patria.
“El moño, las pestañas, las pupilas, el peroné, las tibias, las narices, la frente, los tobillos, las axilas, el menisco, la aorta, la garganta, los párparos, las cejas, las plantas de los pies, la comisura, los cabellos, el coxis, las orejas, los nervios, la matriz, la dentadura, las encías, las nalgas, los tendones, la rabadilla, el vientre, las costillas, los húmeros,
el pubis, los talones, la clavícula, el cráneo, la papada, el clítoris, el alma, las costillas. Esa es mi patria. Alrededor no hay nada”.
En el recorrido biográfico que hizo, el cantante y compositor dijo que su llegada a Madrid supuso aprender “que las malas compañías no son tan malas y que se puede crecer al revés de los adultos”.
Como radiografía del éxito, expresó: “Supe al fin a qué saben los aplausos y los besos y el alcohol y la resaca y el humor y la ceniza y lo que queda después de los aplausos y los besos y el alcohol y la resaca y el humor y la ceniza”. “Por eso mis canciones quieren ser un mapamundi del deseo, un inventario de la duda”.
“No me quejo, tengo amigos y memoria y trenes y bares y una mala salud de hierro y un puñado de canciones recién salidas del horno que me tienen orgulloso como un padre primerizo que babea”, agregó y volvió al amor, acaso tema central de su obra: “Lo atroz de la pasión es cuando pasa, cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos”.